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Era el mes de septiembre de 2011. Trabajaba en el centro de venta telefónica de una agencia de viajes muy conocida de Mar del Plata. Me llamaron a la “mesa redonda” y ahí mismo me dijeron que, en reconocimiento por mi desempeño, me iba de FAM Tour a San Francisco.

No cabía en la cara mi enorme sonrisa. Quienes me conocen saben que USA es mi país favorito y conocer la costa oeste era un sueño hecho realidad.

Me entregaron la hoja con el itinerario del viaje y despacito fui leyendo cada una de las actividades: visita a Union Square, Alcatraz…venía todo muy bien. Hasta que leí, cruce en bicicleta del puente Golden Gate. Se fue desdibujando mi sonrisa. Yo no sabía andar en bicicleta. Y eso mismo les dije a quienes estaban conmigo. Me preguntaron, tratando de disimular su desconcierto, si iba a poder hacerlo. Y yo pensé – Me quebraré una pierna intentándolo, pero yo, a San Francisco voy. –

Así que reuní todas mis fuerzas, puse mi sonrisa de confianza total y les dije: – Hago spinning en el gimnasio. ¿Cuán complicado puede ser recorrer un puente en bici?. –

Antes del viaje, hice una prueba piloto en el patio de la casa de mi novio. No me fue bien. Pero no dejé que ese fracaso me amedrentara. Me iba a USA e iba a vencer el desafío.

Después de dos días, entre el viaje y el primer recorrido de reconocimiento. Llegó el ansiado cruce. Y lo que fue más difícil, admitir ante el coordinador del tour, que no sabía andar en bicicleta.

Me ofrecieron usar una doble pero temía por mi compañero/a. Si yo perdía el equilibrio podía convertirse en un desastre mayor que un par de moretones en mis piernas.

Nuevamente hice una prueba, en el patio de atrás del local de renta de las bicicletas. Ya tenía casco y rodilleras. ¿Qué podía salir mal? Ni bien agarré la bici hice una frenada fatal con la rueda de adelante pero después fui mejorando. Hicimos unas pruebas más. Mientras el coordinador del tour me sostenía de atrás, cual padre con su hijo a quien le está enseñando los primeros pasos en bici, yo pude hacer los primeros metros sin caerme. Mis compañeros del tour, que rodeaban la escena, aplaudían mis avances. Al principio fue bien. Después, también me caí.

Con todo el equipo. Lista para la aventura.

Finalmente, llegó la hora de salir y todavía me acuerdo que me transpiraban las manos. No tanto por miedo a perder el equilibrio, sino por los nervios que me generaba adentrarme en el tráfico de una gran ciudad, con nulos conocimientos del vehículo que estaba andando.

Anduvimos por toda la city de San Francisco en medio del tráfico local, camiones, micros, autos, había de todo tipo de rodados. Quedé sorprendida, porque siempre respetaron mi prioridad. No importaba cuan grande sea el vehículo, siempre frenaba para dejarme pasar.  San Francisco cuenta con una gran cantidad de bici sendas, lo que hizo que me sintiera más segura, y pudiera seguir andando, ya sin tantos nervios.

Después cruzamos el puente Golden Gate y no tuve mayores inconvenientes. Solo choqué a un compañero y le lastimé un poco la mano. Pero no fue nada grave. Mis problemas siempre llegaban cuando tenía que parar.

Tomamos una ruta con bici senda y fuimos hasta la ciudad de Sausalito. Ahí hubo dos curvas en bajada donde me comí, literalmente, la banquina con el cuerpo. Quedé un poco machucada y creo que la banquina también.

Una vez llegados a Sausalito pude aparcar mi querida bici y fuimos a “737 Bridgeway” donde nos comimos unas hamburguesas caseras enormes con papas fritas y gaseosa para compensar el ejercicio. Como el local era pequeño y el grupo grande, el pedido lo hicimos para llevar y comimos nuestro exquisito almuerzo sentados en el pasto, en la costanera, con vista al mar.   Si la comida era el manjar de los dioses, el entorno la convirtió en la mejor hamburguesa de mi vida.

También fuimos a conocer un hotel llamado The Lodge at Tiburon, el mejor de la zona con unas habitaciones hermosas.  Hasta ahí, habíamos hecho 30 km de bici.

Para regresar, tomamos el barco de la compañía Blue and Gold y navegamos desde Sausalito a San Francisco.

Pude disfrutar el recorrido, las vistas de la bahía, el color verde del pasto en contraste con el rojo del puente, las luces de la ciudad que empezaban a aparecer a medida que caía la tarde. En ese momento me dejé envolver por el olor al mar y la brisa que me golpeaba la cara. Esa navegación de regreso al hotel, tuvo gusto a victoria.

 Al final del recorrido el tour conductor nos ofreció hacer una salida nocturna que todos declinamos amablemente. Era momento de tomar un baño y repasar la cantidad de moretones que había dejado la experiencia. Fueron unos pocos, pero a pesar de las caídas, el orgullo quedó intacto. Había vencido mis miedos, había podido ganar el desafío. Ese día entendí que yo podía hacer lo que me propusiera. No importaba lo difícil que fuera, si tuviera o no entrenamiento o conocimientos previos. Ponerle garra y un poco de inconciencia a las cosas, son aspectos esenciales de todo buen emprendedor.

Me saqué fotos con el Golden Gate, de día, de noche, de costado y al atardecer. La situación lo ameritaba. Estaba sacándome mucho más que una foto linda, estaba retratando un momento inolvidable en mi vida.

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